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domingo, 27 de noviembre de 2016

La teoría de la Noria y Vietnam.




   Un buen amigo mío siempre dice que nuestras vidas se rigen por la Teoría de la Noria: unas veces estás en lo más alto y, otras, en lo más bajo. Y la vida gira y gira y sigues subiendo y sigues bajando. 

   El problema es que no podemos controlar la velocidad a la que esto ocurre. Cuando estamos arriba deseamos que el tiempo transcurra lento, que nos deje disfrutar de la alegría y de las ventajas de estar relajados disfrutando de las maravillosas vistas que tenemos desde las alturas, saboreando cada pequeño o gran momento experimentado. Sin embargo, cuando nos encontramos casi rozando el suelo, rogamos para que todo vaya más deprisa y las penas se evaporen, la angustia desaparezca y nuestra "mala suerte" nos abandone. Nos levantamos cada día queriendo empujar la noria con nuestras manos, como si así pudiéramos hacerla girar, sin ser conscientes de que las cosas ocurren en el momento justo.

   Sí, quizás nosotros podamos ayudar a que se ponga en funcionamiento una vez más, comprando una ficha para un nuevo viaje y aprovechando el envite del viento para asomar la cabeza por la puerta de la cabina y llenar nuestros pulmones de aire fresco, intentando inhalar el maravilloso aroma del algodón dulce que se vende en el puesto de al lado de nuestra feria particular, obteniendo, así, una efímera ilusión de que la vida tampoco se ve tan mal teniendo los pies en el suelo. 

   Sin embargo, cuando la música cesa, la gente se va, los puestos cierran y nos rodea el silencio y la soledad, nos damos cuenta de que nuestro feriante también se ha ido a dormir y la noria no girará de nuevo, a saber en cuánto tiempo, y la frustración aparece otra vez y volvemos a desear tener la fuerza suficiente para subir nuestra cabina a lo más alto, aunque sea sobre nuestros propios hombros.

   Y así, indefinidamente, subimos y bajamos, subimos y bajamos y subimos y bajamos de nuevo sin saber dónde nos detendremos.

   Nuestra noria comenzó a girar de nuevo en septiembre del año pasado cuando nos dieron la idoneidad para Brasil. Estábamos muy alto, arriba del todo, reconociendo solo el verde y el amarillo, con matices azules y blancos que nos recordaban una y otra vez que Brasil nos esperaba a ritmo de Samba.

   Mas Brasil temblaba, se retorcía de dolor y lloraba, arrastrándonos con él y descendiendo juntos en la noria. Llegamos al final del recorrido y tuvimos que bajarnos. Esa no era nuestra cabina. Guardamos las fichas que nos quedaban, cerramos la maleta de la ilusión y la escondimos bajo tierra. Brasil no podía acoger nuestra solicitud. 

   Fueron días duros, de esos en los que deseaba ocupar el puesto del feriante y decidir dónde y cuándo nos pararíamos: tocando el cielo, eso seguro. Pero al final la realidad se impone y la sensatez llama a la puerta. Abrir y dejarla entrar en casa fue un acierto: encontramos otra ficha y decidimos darle una oportunidad.

   Nuestra ficha se llama Vietnam. Toca, por tanto, cambiar la cabecera del blog una vez más. 
   En una próxima entrada... quizás.


lunes, 7 de marzo de 2016

Tres años

   Y parece que al decirlo no ha pasado tanto tiempo. Sin embargo, hoy celebramos el tercer aniversario de aquella llamada que nos cambió la vida para siempre, que nos removió todo por dentro y que marcó una nueva cuenta atrás esperando el día en que por fin llegaríamos a ti.

   Tres años y cualquiera podría decir que deberíamos ser capaces de pasar por esta fecha sin sentimentalismos, después de tanto tiempo juntos. Pero no es así. Imposible. ¿Cómo evitar la piel de gallina cuando recuerdo el momento en el que me dicen que ya estás más cerca? ¿Cómo olvidar la sensación de vértigo? ¿Cómo no rememorar el miedo, el sudor frío, el mareo y la emoción sentidos al mismo tiempo y no saber cómo digerirlos? 

   Desde ayer, sabiendo que se acercaba el momento, he sido incapaz de estar tranquila. Me ha costado muchísimo conciliar el sueño (aunque esto puede que haya sido por los ronquidos de papá...) porque cada vez que me despertaba me decía que quedaban menos horas para recibirte por la mañana con un "Happy Day, my prince!", para darte un abrazo más fuerte si cabe que el de cada nuevo día, para comerte a besos una vez más y empezar con fuerza nuestro tercer aniversario. Y, como siempre, tu carita somnolienta a las siete y media de la mañana, me ha regalado la mejor sonrisa del mundo y un "Happy Day, mummy!"

   Es increíble que un año más, después de oírlo tantísimas veces, me hayas pedido durante el desayuno que te contara de nuevo cómo fue esa llamada. Te sabes cada segundo de la historia, me ayudas a completar las frases y, si me salto alguna parte, enseguida me regañas y me pides que te lo cuente todo, sin dejarme nada. Te encanta rememorar con nosotros una y otra vez nuestros pasos desde que empezamos a buscarte. Y a nosotros nos encanta que tengas tantos recuerdos de nuestro primer encuentro. 

   Pasan los años y sigo sintiendo mariposas en el estómago al evocar la conversación con la trabajadora social que nos dio la gran noticia, la incapacidad de articular palabra y no hacer otra cosa que llorar con el teléfono pegado a la oreja en cuanto me dijo "Tenéis asignación. ¿Podéis pasaros mañana por aquí?" y decir un trémulo "sí" y colgar sin decir nada más. Tres años y dos meses esperando recibir esa llamada y se me olvidó preguntar si eras niño o niña y qué edad tenías. Y me tiemblan las manos aún recordando cómo buscaba el número en la pantalla para rellamar y preguntar todas las dudas, temiendo que ya no cogieran el teléfono, al mismo tiempo que le gritaba a papá para que volviera porque en ese momento salía de casa, y recuerdo perfectamente la risa al otro lado de la línea que me respondía con un simple "Te estaba esperando. Es un niño y tiene cuatro años y medio".

   Imposible. No hay forma de olvidar eso. Ni quiero.

   Miro el reloj y veo que ya son las ocho de la tarde. Me da lástima pensar que se nos acaba el día, pero pienso en todas las cosas que hemos hecho hoy y me doy cuenta de que eres aún más especial cuando caigo en la cuenta de que la comida que has elegido para celebrar este día ha sido... ¡fabada! Solo tú puedes pedir algo así.

   Solo tú, mi príncipe. 

Feliz Happy Day. Ya queda menos para celebrar nuestro primer abrazo.





Así representa D. el momento en el que nos dijeron que estábamos más cerca de él.


miércoles, 24 de febrero de 2016

Los cambios inesperados

   Si algo me ha quedado claro desde que empezamos nuestra andadura por la senda de la adopción, hace ya algo más de seis años, es que nunca se puede dar nada por hecho. Soñar, planear, imaginar o desear está permitido, pero asegurar... Asegurar es harina de otro costal. 

   Nuestra primera adopción internacional comenzó con un CI para hermanos de 0 a 5 y acabó con una asignación de D., un príncipe que por aquellos entonces solo tenía 4 años y medio y venía sin hermanito. 

   Más adelante, empezamos la adopción nacional para un menor o un grupo de dos hermanos de 0 a 5 también, y con una perspectiva de espera de al menos seis años más. Así que, un año después de solicitarla, decidimos abrir una segunda adopción internacional a Brasil con las mismas características que la nacional. 

   Pues bien, apenas medio año después de creer que ya todo estaba encaminado, creyendo que aún tendríamos una laaaaaarga espera por delante, con tiempo más que suficiente para hacer algún que otro cambio en nuestra vida, nuestra casa e incluso nuestro trabajo, hemos tenido que aumentar el rango de nacional hasta los seis años y en internacional cerrar a un menor y abrirlo a un grupo de dos hermanos de 0 a 6 años, con dudas considerables acerca del tiempo de espera y no solo eso, sino que el martes acudimos a Bienestar Social para seguir recabando toda la documentación que nos solicitan en Brasil y se me ocurre preguntar: "¿Cómo vamos en nacional?", algo absolutamente objetivo, sin muchas esperanzas de cambios, más por tener un poco de conversación mientras nos despedimos que por otra cosa y nos encontramos con una maravillosa noticia: "Pues no solo nos han permitido comenzar con las solicitudes de 2010 sino que además nos han pedido que comencemos a valorar a todas las familias que tienen rango de hermanos de 0 a 6 independientemente del año del que sean, así que probablemente vaya mucho más rápido de lo que esperamos. A lo largo del año, incluso". 

   Claro, esto no nos lo esperábamos de ninguna de las maneras. No entraba en nuestros planes ni en la programación de nuestra vida para los próximos años. Eso sí, algún "pero" tenía que haber en todo esto y así es: el equipo de Bienestar Social está cojo de psicóloga. Ese "comenzamos a valorar" está supeditado a que la plaza se cubra. ¿Cuándo? Pues en breve, pero teniendo en cuenta lo que esa palabra quiere decir si hablamos de un organismo público... 

   Sea como sea, la noticia es fantástica y no vamos a permitir que nada nos amargue la emoción ni esa sensación de cosquilleo ya tan familiar de pensar en correr para ir cerrando cosas pendientes. De momento, esas ideas de cambio tendrán que acelerarse unas y retrasarse otras. Lo que sí es seguro es que D. está muy ilusionado con la idea de tener hermanitos antes de lo previsto y hoy ya me ha dicho: "Mamá, como vamos a tener que comprar muchas cosas para cuando lleguen y a mí no me gusta ir de compras, esta tarde aprovecháis papá y tú mientras yo estoy en el cumple y compráis lo que haga falta. Y si no os da tiempo, pues ya me quedo otro día con Nana (mi madre) y seguís con lo que falte".

   Yo, mientras tanto, empiezo a planificar movimiento de casa, reciclaje de ropa de D. y alguna otra idea que me ronda por la cabeza. Aunque claro, como este mundo adoptivo es todo sorpresas, igual en unos meses tengo que echar el freno... ¡¡o correr más!!

Ahora, como dice D. lo que hay que tener claro es si vamos a poder hablar en español o vamos a tener que aprender portugués...

¡¡Feliz final de febrero para todos!!