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sábado, 30 de mayo de 2015

Esperando al hermanito

Desde que a D. le hemos dado vía libre para hablar de la nueva adopción, me sorprende muchas veces preguntado por alguien y diciendo: "¿Le contamos lo del hermanito?". Es como si tuviera la necesidad de gritarlo a los cuatro vientos para asegurarse de que esta vez sí le hemos hecho caso y hemos puesto todo el proceso en marcha. 

Hace dos días se me ocurrió ponerle la canción "Samba di Janeiro" en youtube y desde entonces la canta sin parar. Me pide que le recuerde el nombre del país de donde vendrá "él" (tenemos que trabajar más la posibilidad de que sea "ella") y que me repite los colores de la bandera. 

Toda la emoción que nosotros estamos conteniendo y la tranquilidad con la que queremos llevar esta adopción se da de bruces con la realidad de D. Él lo vive con la ilusión propia de un niño, sin reprimirse ni intentar moderar sus sentimientos. Cuando le dije que podían pasar varios años hasta que tuviéramos noticias, su única pregunta fue: "Pero cuando yo tenga doce años, él ya estará aquí ¿verdad? Entonces no hay que esperar tanto". Bendita inocencia infantil...

Ahora que me permito un ratito de tranquilidad después de comer, sentada en el sillón con el ordenador en las rodillas y terminado el último trago de café, busco en mi interior y re-descubro la emoción de este proceso. Levanto un poco el pie del freno y dejo que el sentimiento fluya. Rememoro los momentos vividos en la espera de D. e imagino cómo serán los próximos años que nos aguardan en este viaje. Siento mariposas en el estómago y busco en mi cabeza imágenes de niños y niñas brasileños, intento reconocer los rasgos y proyecto los momentos en familia que están por llegar... Y vuelvo a bajar el pie y a pisar con fuerza. Tengo mucho tiempo por delante aún para dejarme llevar por la emoción. Viviré lo que pueda a través de los ojos de D. y seguiré contestando a sus preguntas. El camino por el que él me lleva es mucho más seguro que el mío. 

Mientras tanto, seguiremos bailando samba.



miércoles, 27 de mayo de 2015

La cigüeña viene de Etiopía... y de Brasil







El 26 de junio se cumplirán dos años de la sentencia que nos convirtió en una feliz familia de tres miembros. En este tiempo han pasado millones de cosas maravillosas, unas más que otras, pero ninguna mala, pues nuestro baremo para calificar las experiencias ha cambiado de forma radical. 

Cuando decidimos embarcarnos en la aventura de la adopción, sabíamos que en el camino nos encontraríamos muchas más espinas que rosas, pero al final llegaríamos a la lluvia de pétalos al estilo American Beauty en el que solo habría cabida para la felicidad (Sí, esto es muy cursi, pero así son los sentimientos...) Y efectivamente. Hoy podemos decir bien alto que todo, absolutamente todo, mereció la pena. No hay  nada comparable a la sensación de abrazar tu hijo por primera vez. En ese momento fuimos conscientes de que antes o después repetiríamos experiencia (Y esto es una pista. Vale, el título de la entrada también). En el segundo en el que D. vino corriendo a echarse en nuestros brazos, todo el dolor y el sufrimiento pasaron a un segundo plano. Atención: no he dicho "se olvidó". He dicho "pasaron a un segundo plano". No creo que jamás sea capaz de olvidar las penumbras de la espera, pero sí he aprendido a aceptarlo como una pieza clave de este embarazo y parto de elefante que es la adopción. Es inútil desear un proceso adoptivo fácil y rápido. No creo que existan muchos casos así. Los habrá, probablemente, pero serán los menos y la excepción que confirme la regla. 

Ahora mismo, en el país que vio nacer a mi hijo, hay una pareja amiga que está disfrutando de las mismas emociones que sentimos nosotros hace dos años. Desde el sábado, no hay día que no piense en ellos. Llevo cuatro días reviviendo momentos, sensaciones y hasta olores. Me he encontrado en más de una ocasión a punto de llorar recordando lo maravilloso que fue pisar suelo etíope, ser consciente de que estábamos allí, a escasas horas de llegar al otro extremo del hilo rojo que llevábamos años sujetando. E insisto: no hay nada comparable. 

Como he dicho al principio, los claroscuros de la adopción no se olvidan. Se utilizan para construir lo que somos hoy, para disfrutar más si cabe de cada segundo pasado con nuestro hijo, de cada "good morning, Mom!", de cada "¡Jo, tío! ¡Es que te quiero muchísimo!", de cada rabieta también, de cada descubrimiento y de cada logro. 

Y aquí nos encontramos hoy. 

Llevamos ya un tiempo reviviendo el proceso que nos llevó hasta D.aunque en otra dirección. Y más tranquilos, más calmados, menos expectantes pero igual de ilusionados. Estamos embarazados otra vez. Y de dos. 

En junio de 2014 hicimos la solicitud de adopción nacional. A día de hoy siguen valorando a las familias de 2009 en Casitlla La Mancha. Quizá eso es lo que nos ha impulsado a no esperar de brazos cruzados. Y hoy hemos entregado en Bienestar Social la solicitud de adopción internacional. El siguiente miembro de nuestra familia llegará de Brasil y tendrá, como mínimo, 5 años. Si todo sale bien, un poco más tarde llegará el último.

Desde aquí quiero pedir perdón a nuestros padres y hermanos porque hemos llevado todo el proceso en secreto. A estas alturas, cuando me leáis, ya os habremos explicado por qué lo hemos hecho, y también os habremos pedido que procuréis llevarlo con la misa calma que nosotros. El proceso de D. fue el primero y por tanto, mucho menos llevadero para todos. Doloroso y, a veces, casi destructivo. Queríamos que fuera YA, necesitábamos noticias cada poco tiempo y eso, lejos de ser positivo, lo hacía más complicado. Esta vez nos hemos tomado nuestro tiempo. La ilusión estaba y está ahí, ya digo que estando en Etiopía sabíamos que repetiríamos, pero hemos querido hacerlo en pequeñas dosis, sin mucho ruido. Pero como todo, cuando ilusión y niño se juntan, el secreto desaparece. D. ya no podía aguantar más el estar callado y no compartirlo con nadie (Mamá, ahora es cuando tú dices que ya te lo imaginabas). La cara de felicidad que ha puesto cuando hemos salido de Bienestar Social, con una carpeta igual que la suya para el hermanito o la hermanita, no creo que pueda olvidarla nunca. Podíamos haber elegido la opción de no decirle nada hasta el último momento y hacerlo solo entre Marcos y yo, pero esto es cosa de los tres y hay que entender que D. solo tiene 6 años y lleva pidiendo un hermano desde que aprendió español. Hemos tardado un año entero en dar el paso y lo hemos hecho a nuestro ritmo. 

Sé que a partir de ahora todos retornaremos a la vida de incertidumbres que crea el no saber cuándo haremos las entrevistas, cuándo enviarán el expediente a Brasil, cuándo llegará, en qué momento estamos, cuántas familias hay por delante, cómo van las asignaciones y el largo etcétera que conforman los mil y un pasos de la adopción. Pero, de verdad, queremos llevarlo con calma. 

Sé que D. no nos va a dejar mucho tiempo para dar vueltas a todo en nuestra cabeza. Eso no quiere decir, en absoluto, que la espera de la llamada de Brasil sea menos deseada que la suya. O incluso que castiguemos en un rincón la de Nacional solo por saber que es mucho más lenta. Simplemente el tiempo pasa más deprisa con D. en casa y este es un camino que ya conocemos. Así que, desde mañana por la mañana, a mi taza de leche con colacao le añadiré una buena cucharada de paciencia, de esa que empecé a acumular aquel septiembre de 2009 cuando nos presentamos en Bienestar Social diciendo que queríamos adoptar. 

Volveré a estar activa por aquí, aunque no sé con cuánta asiduidad. 

D. tiene su historia bloguera. Sus hermanos también la tendrán.