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martes, 31 de diciembre de 2013

Cuando Santa te regala un superhéroe


Tu vida cambia. Y lo digo en serio. 

D. no es un niño tranquilo. Siempre tiene los niveles de energía al 200%. Las ideas continuamente están tomando forma en su cabeza. Además, ayuda, hace fichas en casa todas las tardes, pasa un montón de tiempo jugando: solo, con su padre, conmigo, con la perra, con la bici... baila con cualquier ruido que dure más de tres segundos y canta y se inventa la letra de las canciones a su antojo. 

Pero cuando Spiderman hizo su aparición, el ritmo de D. se incrementó hasta límites insospechados. 

La noche del 24 de diciembre, el peque se acostó recordándome que apagase la chimenea y la dejase abierta para que Santa pudiera entrar en casa sin problemas. Se aseguró de dejar bien preparado un vaso de zumo y unas galletas para Papá Noel y un barreño con agua para los renos, que seguro tendrían sed. Le dijo a la perra que no tocara nada y se fue a dormir. A la mañana siguiente, amaneció rondando las ocho y media y su primera pregunta fue si había venido Santa. Como en estos casos hacer esperar a un niño es casi cruel, allá que nos levantamos su padre y yo y bajamos los tres las escaleras. Bueno, Marcos bajó las escaleras y yo arrastré un cuerpo rígido, rígido, rígido que llevaba los ojos tres metros por delante de la cara. El pobre tenía un conflicto inmenso: no sabía si quería ver los regalos o prefería correr a esconderse debajo de las sábanas...

Sobra decir que Papá Noel colocó los regalitos estratégicamente para que el último en abrir fuera el disfraz. Y así fue. Todo lo encantó pero cuando desenvolvió el paquete y apareció el trozo de tela azul y rojo, D. empezó a saltar de alegría y a gritarle las gracias a Santa recordándole lo maravilloso que era. 

Tardó nada y menos en quitarse el pijama y transformarse... Y vaya si lo hizo:





Desde entonces desayunamos, comemos y cenamos con un superhéroe. Y una se siente mucho más tranquila... o no. Porque tan pronto se disfraza, le poseen unas ganas enormes de moverse, de soltar energía, de correr por toda la casa, de experimentar nuevos saltos y patadas giratorias (o algo parecido), "yo te ayudo" y "yo lo hago" son las frases más repetidas.

Claro que, como todo superhéroe que se precie, nuestro Spiderman tiene enemigos en casa y subir solo a su cuarto implica una conversación del tipo:

D.: No subo solo que tengo miedo.
Yo: ¡Si eres Spiderman! Spiderman nunca tiene miedo. 
D.: ¿No?
Yo: ¡No! ¡Spiderman es fuerte y valiente!
D.: An, vale.

Y ahí queda la cosa. 

El problema de tener un ídolo es que, en algún momento, el mito se nos cae del pedestal. Y esto ocurrió cuando vimos la peli de Spiderman. Mi pobre héroe creía que el superhombre era cualquier cosa menos eso: un hombre. Y tras los primeros minutos de peli su cara de decepción era digna de ver. "¡Si no es Spiderman, mamá! Es solo un hombre", y ahí una tiene que contar que todos los héroes son humanos que tienen una vida normal y que solo se transforman cuando hay que ayudar a la gente. 

Por fortuna el golpe duró poco y D. vuelve a vestirse de rojo y azul en cuanto abre los ojos por la mañana. 

Y por suerte para nosotros, ser superhéroe implica acabar el día sin una sola gota de energía en el cuerpo:




Felices sueños, príncipe. 

viernes, 6 de diciembre de 2013

La felicidad


¿Cuántas son las cosas que uno necesita para ser feliz? Supongo que depende de la situación de cada cual. 

Pasas por la vida planeando, imaginando, deseando... Piensas que siempre habrá un momento adecuado para hacer todo lo que tienes en mente. Crees que está todo perfectamente organizado y temporalizado y, sin embargo, la vida nunca te permite ceñirte a lo ideado.

La improvisación es lo que vale. Es lo que añade esa chispa a la vida. A veces desespera, a veces asombra. 

¿Cuándo es el mejor momento para cada cosa? ¿Cuándo da la mayoría de la gente un paso determinado? Vivimos rodeados de estadísticas pero raras veces en mi vida los acontecimientos han surgido conforme a lo comúnmente establecido.

¿Y qué pasa con los niños? Los niños sí que son impredecibles. 

En el tiempo que ha durado mi espera adoptiva he devorado noticias relativas a los tiempos en los que suelen suceder las cosas. Pues bien, con mi hijo todo ha sido fuera de plazo: antes o después, pero nunca "durante". 

Los niños tienen la asombrosa capacidad de "ser" cuando quieren ser. Y punto. Descoloca llevar en la cabeza un esquema de fechas aproximadas y creerte preparada para cada una de ellas para luego... bueno, para que simplemente se rompan todos y cada uno de ellos.

Una tarde, como tantas otras, estás en la ducha con el peque. Todo va conforme lo acostumbrado: son las siete y media de la tarde, comienza la rutina de la relajación antes de ir a dormir. En este punto, para mí se han acabado los juegos movidos y entramos en modo "off". Evidentemente es algo que NUNCA consigo a la primera. D. adora la ducha y todas las diversas monerías que se pueden hacer en ella. Además, la mampara es un lugar tan fantástico como cualquier otro para dibujar. Así aprendió a realizar los números del 1 al 4 y las letras de su nombre con el dedo en el cristal (mucho más fácil que con el lápiz) en muy poco tiempo, por lo tanto, tampoco puedo negarme a esta diversión. Cantar bajo el chorro del agua y que nunca consiga decir una sola palabra bien pronunciada es la mar de divertido y por mucho que una diga "D. hurry up!" D. sigue cantando. 

En estas estaba yo el pasado 18 de noviembre, pendiente del tiempo que me quedaba para echarle aceite, desenredarle el pelo, darle la cena y meterlo en la cama (previa lectura del cuento "Siempre pienso en ti", muy recomendable, por cierto). Una hora escasa teniendo en cuenta que quedaban pocos minutos para las ocho y, cuando estoy poniéndole el albornoz y diciéndole "Let's go, it's dinner time", me pone una mano a cada lado de la cara y me dice muy serio, en un correctísimo castellano: "Mamá, te quiero mucho". 

Llevábamos exactamente cuatro meses y 23 días juntos. ¿Mucho? ¿Poco? Está claro que él no necesitaba más tiempo para decirlo. Pero a mí me pillo tan de sorpresa, que durante un par de segundos no pude hacer otra cosa que no fuera mirarle. Y ahí siguió él, aguantando la mirada, muy callado, muy serio... Y luego rompió a reír y yo con él claro, mientras me lo comía a besos y a abrazos y le decía: "Yo también te quiero mucho, muchísimo, muchísimo".

Desde entonces, está más cariñoso, muuuucho más cariñoso. Nos da besos de forma espontánea y te echa los brazos al cuello a cada minuto. Te mira y sonríe y sólo él sabe lo que está pasando por su cabeza. 

Para mí, todo empieza a estar bien. La tranquilidad y la normalidad están entrando en casa y la felicidad, poco a poco, comienza a dejar de marear y a establecerse como uno más entre nosotros. Cada día. Sin tiempos determinados ni momentos establecidos. Sin ceñirse a estadísticas. Sucede cada mañana con cada nueva sorpresa que D. nos regala sin saberlo. Mi príncipe simplemente ES y nosotros somos con él. 


domingo, 10 de noviembre de 2013

Orígenes y pertenencia.

No sé qué genera el sentimiento de pertenencia. No sé qué cambios se producen en nosotros que nos atan a una tierra. No sé si las razones que tenemos para amar un lugar son siempre subjetivas... No sé. Son muchas las cosas que no sé. 

No entiendo de biología, antropología, geografía ni psicología... No estoy en posesión de datos científicos ni tampoco quiero conocerlos. 

Sé que el tiempo y las circunstancias me hacen amar un lugar en el que no he nacido. Sé que pronunciar el nombre de un país concreto me produce sensación de paz. 

Sé que miro a mi hijo y no lo veo blanco, negro, amarillo o rojo. Lo que veo es la perfección de una vida. Veo la cara de un país que no es mi cuna y siento la mirada de la felicidad de un niño. Noto el calor de una piel nueva y soy consciente de estar viva. No lo veo diferente, pero lo sé etíope y algo salta en mi interior y vuelve a mí la tranquilidad. 

Oigo su voz y me doy cuenta de que me he acostumbrado a su acento, a su tono, a su timbre... Y no puedo más que sorprenderme de nuevo. Cuatro meses... solo cuatro. Y parecen toda una vida.

A veces me dejo arrastrar por el recuerdo de otros olores, colores, sabores... y siento añoranza de ella. Y quisiera volver y descubrirla despacio. Y conocerla y explorarla. Y amarla de la mano de D. 

Etiopía...

Dulce Etiopía...

Y así hoy, por fin, descubro que pertenezco a muchos mundos. Que no soy simplemente española. Intento encontrar un lugar que sienta como mío y no soy capaz de concretar. Sin embargo, esto no me altera. Al contrario, me agrada. Y mucho.

Sí. Nací en Madrid pero vivo en Cuenca, Granada es mi ciudad preferida, en Marrakech me siento en casa, sueño con la Plaza Roja de Moscú, la comida hindú me apasiona y Eitopía me ha robado el corazón... 

Pertenezco entonces a mil sitios y solo a uno estoy ligada por nacimiento. ¿Dónde está la lógica? ¿Dónde la objetividad? ¿Por qué es necesario cuestionarlo todo y ser siempre racional?

Cuando D. me pregunte si es diferente porque es de otro sitio, con todo lo que acabo de descubrir ¿seré capaz de hacerle entender que no se es ni de un lugar ni de otro? ¿conseguiré que comparta mi amor por el mundo sin un motivo objetivo y tangible? Lleva Etiopía tatuada en la sangre. Para él, allí comenzó su historia. Para nosotros, allí formamos nuestra familia. Descubrirá que sus orígenes son africanos y que en poco tiempo se convirtió en español. Deberá aprender que no ha de amar más a España que a Etiopía, ni al contrario. 

Quiero que mi hijo sea un ciudadano del mundo. Quiero que ame la vida sin importar dónde esté su casa. Quiero que construya un hogar sin pensar en qué tierra se asienta. Quiero que permita que los sentimientos marquen su camino y lo racional no ocupe todo su tiempo. Quiero que cante, ría, baile y sueñe. Quiero que viaje y encuentre en cada ciudad una pieza del puzzle de su vida. 

Hoy mi lugar está donde esté él y sus pasos harán mi senda. Hoy reconozco mi origen y descubro mi pertenencia. Hoy, mi deseo para D. es que en su vida no existan fronteras. 




domingo, 27 de octubre de 2013

Cuatro meses después.




Ayer hizo cuatro meses que abrazamos a nuestro hijo por primera vez. Y, sin embargo, parece que llevamos juntos toda la vida. 

Echo la vista atrás... Parece increíble, pero me cuesta recordar los malos momentos vividos. Soy consciente de todos los pasos que hemos tenido que dar hasta llegar a D., de las emociones que sentí cada vez que lográbamos subir un peldaño de más, de mirar los que quedaban por delante y no ver nunca el final de la escalera. De las lágrimas derramadas cuando me fui quedando sin batería, cuando me veía cada vez más lejos de él, a pesar del "todo llega" y los ánimos de los que me rodeaban. Sé que caí en un oscuro pozo y que hubo momentos en los que no me importaba estar allí...

Pero ya no me ahogo al rememorar. Al contrario: si bien guardo esos días en la memoria, mi corazón no reproduce los sentimientos. Mi alma los ha borrado y los ha sustituido por todos los que llegaron después, comenzando con la llamada de Bienestar Social. Justo cuando había tirado la toalla por completo. 

Recuerdo haber llamado a la Ecai tan solo un mes antes de la asignación, y haberle dicho a Pilar que no podía más, que me bajaba del barco. "Aguanta un poco, Laura. Con todo lo que lleváis esperando, ¿cómo lo vas a dejar ahora?" Ella ya lo sabía. 

Me convenció y acordamos fijar como fecha tope el mes de junio.

Junio... quién me iba a decir dónde estaría en junio...

Y así, el 7 de marzo supimos de su existencia. Estos son los recuerdos que ahora anidan en mi memoria. Los que hacen que fluyan las lágrimas de alegría al revivir todos y cada uno de los sentimientos que, desde aquel día, comenzaron a formar parte de mi vida. 

Suena a tópico pero, de verdad, no me lo podía creer. No hacía más que llorar y llorar y llorar y hablar con todo el mundo y mandar y recibir mensajes. Y acabé el día sin saber a ciencia cierta si era un nuevo episodio de mi vida o si al día siguiente, con la alarma del despertador, amanecería otra vez sin noticias de nada. 

Hoy tengo la sensación de haber vivido un siglo desde entonces. 

Como he dicho antes, he olvidado los negros sentimientos porque tengo cientos maravillosos que atesorar. 

Soy una persona de rutinas. Ni me gustaban ni me disgustaban. Simplemente las necesitaba porque me transmiten estabilidad. En ellas soy capaz de encontrar calma. Pero jamás pensé que llegaría a adorarlas. El hecho de que cada mañana, según pongo los pies en el suelo, sepa que voy a recibir un "good morning, mami", es motivo suficiente para que me confiese una enamorada de ellas: la rutina del buenos días, la rutina del desayuno juntos, la rutina del viaje al cole, la rutina del viaje a casa, la rutina de comer juntos, la rutina de jugar... La rutina, en fin, de la vida con D.

Me encanta redescubrir el mundo a través de sus ojos. No recordaba que algo tan simple como unas sábanas de invierno pudieran resultar tan fantásticas. Ni que unos grumos de cola-cao en la leche pudieran deprimir tanto. O que convertir el agua de la cisterna en agua azul con las famosas pastillitas fuera algo imprescindible de contar en el cole. Recoger fresas cada mañana del jardín puede llegar a hacerse tan necesario que, si te vas a clase sin haberlo hecho, se convierte en tu primer objetivo al volver a casa (no sé qué vamos a hacer cuando llegue el invierno. Habrá que recolectar otra cosa). ¿Y qué me decís del placer de pellizcar el pan un rato antes de comer, cuando crees que nadie te ha visto? ¡Euforia total! Eso, por no hablar del subidón que se experimenta al estrenar unas zapatillas con las que estás hipermegaconvencido de que vas a correr más que nadie...



¿Quién no se ha comido las palomitas como si se le fuera la vida en ello?


Supongo que todas las madres dirán que sus hijos son maravillosos. Eso no quiere decir que no seamos capaces de ver los lados (no diré negativos, es una palabra muy fea) menos positivos de nuestros príncipes y princesas. Es, simplemente, que nuestra vida es fantástica por el simple hecho de que ellos llegaron. Y esto fue lo que dije en el seguimiento cuando me preguntaron: "¿Cómo es D.?" "Maravilloso". 

Una vez que esto ha quedado claro, una puede describir a su hijo: su carácter, sus manías, sus prontos, sus gustos, sus locuras... Pero "maravilloso" es lo primero. Y no quiero decir que no hayamos tenido momentos duros, que D. tiene carácter para regalar a diestro y siniestro. Es de personalidad fuerte y marcada. Tiene todo muy claro y uno no consigue que se quede convencido de nada a la primera de cambio (por cierto, las rabietas ya no existen, pero los tira y afloja... puf!). Sin embargo, es maravilloso. Y punto.

Cuatro meses ya... Uff!

Cuatro meses en los que he llegado a una única conclusión: mi hijo es el rey Midas. Cada cosa que toca la convierte en oro, porque él es oro puro. D. ha incrementado el valor de mi vida hasta tal punto que me ha hecho rica. Rica en experiencias, rica en alegría, rica en amor, rica en ilusión, rica en risas y sonrisas (que falta me hacían), rica en esperanza, rica en besos, abrazos y caricias. Aunque también rica en cansancio, miedo, dolor y pesar por cada una de sus lágrimas de tristeza. Pero bienvenido sea esto último si tengo lo primero para contrarrestar. ¡Soy rica! ¿Qué más puedo pedir? 

Y no necesito nada adicional. Estamos los tres juntos y todo lo demás me sobra ya. 



jueves, 1 de agosto de 2013

El tiempo (y los médicos) me dieron la razón.




¿O no es tan raro? En fin, sobran las palabras. Fatiga mental. 

El 95% de los niños (más o menos mayorcitos) que llegan a casa después del viaje de adopción, la sufren tras cuatro o cinco días de estímulos continuados (algunos necesarios e inevitables y otros, NO). 

También le diagnosticaron intolerancia a la lactosa. Muy común en África, Asia y América del Sur. Como no se trata de una alergia, hay que evitarla al principio e ir introduciéndola muy poco a poco en los próximos años. 

De cualquier manera, a estas alturas, D. está cada día mejor. Le sigue costando la relación con la gente que no conoce, pero tras un ratito y si no le agobian mucho, él solo se va acercando. Claro, lo de "no le digas nada, que ya irá él solo" la gente no lo entiende mucho, pero es así y para muestra la primera visita que hicimos al cole: el lunes, después de hacer la solicitud de plaza en Educación, nos pasamos por el colegio. Como en estas fechas ya solo quedaban tres personas trabajando, es el mejor momento para la primera toma de contacto. Los tres compañeros que estaban allí lo hicieron fenomenal: me saludaron y hablaron conmigo dejando que D. se acostumbrara al lugar a sus voces. Sin agobios. Un simple "hola guapo" al entrar y punto. Cuando D. vio que aquellas personas, no solo no le pedían besos o abrazos sino que tampoco estaban pendiente de él, se relajó salió de su escondite favorito en estos casos: las piernas de mami o papi. Este momento, cuando él ya estaba seguro de que nadie iba a exigirle nada, se acercó por propia iniciativa a todos los que estaban allí. 

Pero ¿sabéis qué es lo mejor de todo esto? Que yo no les pedí que hicieran lo que hicieron. Que estas tres personas no son maestras (responsables de Portería, Secretaría y Mantenimiento). Que no tienen conocimientos pedagógicos. Tienen SENTIDO COMÚN. Y se ganaron a D. fácilmente. Del "hola guapo, ¿qué tal?" al "dame un beso, dame un abrazo, qué llevas en la mano, mira lo que tengo para ti, ven que te vea bien, qué grande estás, ¿quieres venir conmigo?, ven que te coja, ¿estás con papá y mamá?, qué bien estás aquí" etc. etc. etc. hay un camino que, para algunos, está visto que es intransitable. Y, mil perdones a esta gente, pero yo no soy capaz de entender el motivo. 

En fin, los que han tenido la paciencia de dejar a D. libertad para dar besos o salir corriendo, han podido comprobar que es un niño fantástico, cariñoso, divertido, alegre, movido, curioso, con un sentido del humor espectacular... y con carácter. 

Además le encanta bailar y cantar, destripar juguetes (en concreto los cochecitos), montar en bici (tía S. te lo has ganado de por vida), ir en la "máquina big, big, big" de mamá y mirar por la ventana, bañarse en la piscina, desayunar cereales de "ambasa" (los Frosties de Kellogg's), repetir todo lo que los adultos dicen (incluido un "joder" que se me escapó) y... ¡¡¡¡el chocolate!!!! Como veréis, un niño raro, raro, raro... (para los que suelen tomarse las cosas literalmente: esto último es broma). 

Y ayer descubrimos que adora la canción Waka waka de Shakira. Conocía el estribillo (obvio) y cuando me oyó cantarla un día se puso tan contento. Hoy, en concreto, la hemos oído durante los quince minutos de ida y otros tantos de vuelta hasta el centro de la ciudad. Y cada vez la canta con más entusiasmo. Ahora ya solo nos falta la coreo. 

En otro orden de cosas, como era de esperar, ha aumentado su vocabulario tanto en inglés como en español y, aunque últimamente la palabra más pronunciada en esta casa es "biti" (bici), mantenemos largas y entretenidas conversaciones los tres. Insisto: una familia rara, rara, rara...

No puedo terminar la entrada sin remarcar que la rutina es lo que ha hecho posible que D. se haya ido habituando a la tranquila y necesaria convivencia con papá y mamá, a los horarios, a saber qué viene a continuación y a su autonomía e independencia dentro de su casa. 



BENDITA RUTINA

martes, 23 de julio de 2013

Reflexiones del quinto día.



Bueno, pues estamos en casa desde hace cinco días. Cinco INTENSOS días en los que hemos tenido de todo. Afortunadamente, solo una rabieta gorda. Pero es que fue tan grande, que hasta el vecino pasó a preguntar si iba todo bien. 

Ayer y hoy D. ha estado muy tranquilo. Y es que llevamos dos días sin saltarnos los horarios y respetando las rutinas. Las visitas han sido fuera de casa y nunca de más de una hora y pico. Aunque hay diversidad de opiniones a mi alrededor, yo insisto en que el hecho de que D. sepa lo que va a pasar a continuación le da seguridad. 

Aún pregunta, en alguna ocasión, si vamos a coger otro avión. Y eso que la experiencia le encantó. Ver los aviones en el cielo está bien. Verlos desde la sala de embarque es genial. Pero tener la oportunidad de subir en uno por la escalera exterior en lugar de hacerlo por la pasarela, no tiene precio. Sin embargo, a pesar de ser un momento inolvidable de su vida, los aviones implican cambio. Y D. no quiere seguir cambiando. Ha llegado a casa y todavía no está seguro de que este lugar sea el definitivo. Después de vivir en el orfanato y pasar un mes en un hotel, ¿quién le garantiza que nuestra casa no es solo una parada más?

A esto es a lo que me refiero. A la seguridad que yo considero que ha de tener. Debe saber (y digo "debe saber" no "debe DE saber", que la diferencia es importante) que aquí nos vamos a quedar. Que SU casa es, al menos durante un tiempo, SU santuario. Es en el único lugar en el que no necesita ir de la mano de nadie. Sube y baja las escaleras sin problemas, entra y sale de las habitaciones solo, abre y cierra puertas y cajones con total tranquilidad... Todo lo que está fuera de estas paredes, aunque conocido, no es su territorio. Y le gusta salir de casa, que conste. Y a veces hasta es complicado conseguir que vuelva a entrar. Pero en el interior no hay miedos ni temores. Sabe quiénes son sus abuelos, tíos y vecinos/amigos y está encantado con ellos. Pero como nos pasa a los adultos, lo poco agrada y lo mucho desagrada. Acabamos de llegar, tenemos toda la vida por delante, ¿tan importantes y tan necesarias son las visitas estos primeros días? ¿Es que no se me entiende cuando pido que las cosas vayan poco a poco?

Que nadie me malinterprete. Por supuesto que la familia es importante pero ¿quién es su familia en este momento? Tan solo su padre y su madre. Es duro decirlo, sin embargo me apuesto el cuello (y sé que no lo pierdo) por una cosa: si mañana alguien viniera y se lo llevara a otra familia maravillosa, D. pasaría unos días malos pero se acostumbraría y los querría muchísimo en un futuro. Igual que se acostumbró al orfanato y quería a sus cuidadoras por encima de todo. ¿Por qué? Pues porque el vínculo con nosotros aún no está hecho. Nos quiere y nos da abrazos y besos a cada segundo, pero el apego no se hace en un día. El apego se cuece a fuego lento y necesita mucho tiempo de reposo. Y para que este se cree, ha de haber tranquilidad y rutina. Y seguridad y calma. Y tiempo para pasar malos y buenos momentos. Y días enteros para salir y volver al hogar. 

Y no estamos hablando de un bebé. Estamos hablando de un niño de cinco años que razona, que tiene preguntas y que busca respuestas. Que difiere y protesta y busca límites. Y no por recibir más visitas de unas personas u otras las va a querer más o menos. Sin embargo, que las visitas interfieran en su rutina sí repercute en el tiempo invertido para afianzar su seguridad y confianza, para entender que su casa es el lugar en el que puede estar tranquilo, sin interrupciones. Y cuando este primer paso TAN IMPORTANTE se haya dado por completo, entonces y solo entonces, los cambios podrán empezar a tener lugar. De la misma manera que una casa no se construye por el tejado, la estabilidad de un niño no comienza a formarse en la calle ni con gente "de fuera". 

Llegados a este punto de mi reflexión, la siguiente pregunta es: independientemente de que muchas de las cosas que digo son de sentido común y no hace falta un máster para entenderlas, ¿tan difícil es comprender que mi experiencia con niños es un grado? Llevo exactamente la mitad de mi vida trabajando con peques. Si a estas alturas no he aprendido nada, mejor cuelgo la bata y me dedico a otra cosa. 

Ya no pido que se respete mi persona. Pido que se respete mi casa y a mi hijo. Pido que se me permita decidir cuándo y dónde verlo. Pido que se me pregunte sobre lo que se quiere hacer con él. Pido que se entiendan (y si no se entienden ya me da igual) y se acepten mis opiniones. Y pido que no se me discuta. 

Hago un llamamiento a la comprensión, y lo hago por el bien común: me conozco y sé de qué manera soy capaz de perder los papeles cuando mi paciencia se acaba. Y se termina cuando me canso de hablar y de razonar. 

A estas alturas diréis: "si solo llevas cinco días en casa". Pues imaginad qué cinco días. Temo que todo lo que consiga entre semana (y no me refiero a esta primera semana, sino a las que están por venir) se vaya al traste con la llegada del viernes. 

El resto de las entradas me darán o me quitarán la razón. Y nunca he deseado con más fuerza poder decir "estaba equivocada".



martes, 16 de julio de 2013

¡Un día en el zoo Lion Park de Addis y la maletas preparadas!

La primera gran noticia es que hoy hacemos ¡CINCO días sin rabietas! Amagos tenemos muchos, pero todos se quedan en agua de borrajas. Es una maravilla, estamos contentísimos. Y con "estamos" me refiero a los tres, porque D. no hace más que bailar y cantar todo el día. Él también percibe que todo es alegría. Da gusto oírle reír.



En otro orden de cosas, ayer decimos ir a visitar el zoo de Addis. Para D. fue una experiencia maravillosa. Para nosotros, bueno, la experiencia fue disfrutar viendo al peque, porque a mí los animales me dieron mucha pena, ya que ninguno de ellos tenía más espacio para moverse que el que tenemos nosotros en la habitación del hotel. Pero D. lo absorbía todo, lo asimilaba, lo interiorizaba... Se asombraba con los leones (con los "ambasa", a los que yo siempre, torpe de mí, llamo "sambala" como la montaña rusa de Port Aventura). Miraba absorto cómo devoraban la comida, cómo rugían y movían la cabeza. Mi atracción fue él, sin duda alguna. 


En el mismo zoo, había una zona de atracciones y claro, después de ver su cara con los animales no podíamos renunciar al placer de verle experimentar las emociones de los "cochecitos" o de los todo-terreno con batería. 





Esta primera atracción estuvo bien, pero donde realmente disfrutó fue en el todo-terreno. Le encantan los coches grandes. Cuanto más grandes, mucho mejor. Y, claro está, "conducir" uno de su tamaño fue todo un privilegio.




Mamá hizo un auténtico esfuerzo y se preparó para subir en la noria. Menos mal que mi príncipe me ahorró el suplicio. Se ve que a él tampoco le apetecía. 

Rematamos la mañana en el zoo con una gran excepción, por ser un día especial: una MIRINDA entera para él solito.

De camino al hotel y con la tripa rugiendo como los ambasa, paramos en un restaurante hindú. Todo muy rico gracias a que lo pedimos sin picante. Y, de nuevo, D. fue el que más disfrutó: no le cambió la cara ni cuando probó una salsa que, ya en la distancia, picaba más que la tiña (jiji). Bueno, confesaré que mamá disfrutó también como una enana. Adoro la comida internacional. Lo pruebo todo y todo me gusta. Soy capaz de comer hasta reventar. 

La segunda gran noticia es que el vocabulario de D. aumenta cada día a pasos agigantados: "a la ducha", "así mejor", "en avión a Cuenca", "buenos días", "tines (por calcetines)", "chocolate", "zumo", "te/me gusta", "culete", "espera", "coche", "dónde está", "fenomenal". "aquí", "allí", "ahí", "arriba" y la que más le gusta: "D. guapo, muy guapo". En inglés ya dice: "sleep", "jacket", "good morning", "hello", "bye" y "thank you lunch" en lugar de "thank you very much".

Y la tercera gran noticia es que ¡VOLVEMOS A CASA! 

Esta mañana hemos llamado al representante y no nos ha cogido el teléfono, pero un poquito antes de las dos de la tarde, nos ha devuelto la llamada y se ha sorprendido de nuestra pregunta: "¿Qué sabes del pasaporte? ¿Cuándo vamos?" Supuestamente, su "maravillosa" secretaría, debería habernos dicho la semana pasada que tenemos hora para mañana. Si ya me caía mal antes, ahora no puedo ni verla. ¿Y si la tía se presenta mañana a recogernos y nosotros no estamos preparados? Ahora que lo pienso, ¿y si es su venganza por dejar llorar a D. la semana pasada? (voy a darle un voto de confianza y a creer que, simplemente, se le pasó).

El caso es que mañana a las nueve viene a por Marcos. Mientras tanto, D. y yo intentaremos cambiar el vuelo en la oficina de Ethiopian Airlines. Nos han dicho que si lo hacemos directamente con ellos ni siquiera tenemos que pagar las tasas, que a estas alturas ya son unos 200 euros. Si papá no tiene ningún problema en Embajada, a las 00.30 podremos coger el vuelo que nos llevará hasta Roma. Desde allí, un avión hasta Madrid y a las 11.30 pisaremos suelo español. 

Hemos estado fenomenal en Addis y, sin duda, será el viaje de nuestra vida, pero estoy convencida de que lloraré al pisar mi tierra. Y no lo digo solo porque ya tenemos ganas de volver. Es que, en ese momento, comienza la aventura real: el día a día en nuestra casa, con nuestra cultura, nuestras tradiciones (ya estamos pensando en la ropa de la peña de San Mateo y en el tambor de la noche de Turbas), la celebración de su primer cumpleaños con papá y mamá, la primera Navidad... Comienza nuestra verdadera vida en  FAMILIA. Comienza nuestra VIDA para siempre.




viernes, 12 de julio de 2013

¡Ya queda menos!



En estos cuatro días que no he escrito, han pasado varias cosas:

La primera, que la tarde en la que publiqué la última entrada, nos llamó el representante para que fuésemos a hacer fotos a D. y copias de nuestros pasaportes para poder ir a Inmigración. Cuando le dijimos a D. que tenía que vestirse corriendo, nos miró un poco mal, pero al explicarle que necesitábamos fotos para poder volar a España, se puso tan contento. Nos acompañó un trabajador del hotel, muy simpático por cierto, hasta el fotógrafo más cercano y se quedó con nosotros todo el rato. D. sale guapísimo, aunque se quedó un poco sorprendido del fogonazo del flash. 

A la mañana siguiente, vino el representante a por nosotros. Menos mal que comprobamos la documentación antes, porque la fecha de nacimiento de D. que él tenía era de un año posterior. Nos costó convencerlo de que D. no es del 2009, sino del 2008. Decía que no había problema, que daba igual. No sé si en la Embajada nos hubieran echado todo para atrás por diferencias entre la partida de nacimiento de D. y la fecha que nosotros tenemos en la documentación que nos dieron en Bienestar Social y que tenemos que presentar pero, por si acaso, no queríamos correr riesgos. Además, por muy poco que mida D. su desarrollo no es el de un niño de tres años. Ni por asomo. Total, que nos pusimos cabezotas y, al final, el representante dijo que lo cambiaba, pero que deberíamos retrasar todo un día. ¿Y qué es un día cuándo ya llevas en Addis tres semanas? ¿O cuando llevamos tres años y medio en el proceso de adopción?

Total, que a las nueve de la mañana del miércoles, vino a buscarnos la secretaria del representante. Nos subimos en un híbrido entre furgoneta y minibus, y nos fuimos a Inmigración. El concepto que yo tenía hasta entonces de colas para entrar cualquier sitio, cambió de manera radical. Aquello parecía un caracol humano. Gente, gente y más gente. Y como aquí todo funciona así, Marcos por una puerta y D., la secretaria y yo por otra, colándonos con todo el descaro del mundo. Yo me quería morir. No sé si a toda esa marea de personas le molestó o no que pasáramos por delante, pero en dos minutos estábamos dentro. Y a saltarse la fila otra vez. Todos allí de pie, sentados, esperando su turno y nosotros de una sala a otra, ignorando las caras que nos miraban. En poco más de cuarenta minutos teníamos todo lo necesario para ir a la Embajada.

De nuevo,a la furgoneta y un buen ratito de tráfico hasta que llegamos. Solo se bajaron la secretaria y Marcos y D. y yo tuvimos que esperar cerca de una hora, pasando calor. Allí dejaron el expediente de D. y la solicitud del visado. Ahora nos toca esperar a que lo revisen y nos llamen para ir a recogerlo. En teoría, el miércoles que viene podremos volver a casa. 

La segunda aventura, llegó en el viajecito de vuelta de la Embajada: una nueva rabieta. Pero esta vez de las gordas. De las que conseguirían sacar de quicio al Santo Job, y todo porque D. quería cambiarse de sitio en el taxi. El vehículo en cuestión habría que verlo: no voy a hablar de la limpieza porque no tiene sentido, guarro es poco; todos los hierros por fuera y tan solo un par de barras horizontales separando la zona del conductor de la de los pasajeros (que digo yo que se le ocurriría ponerlas a alguien que salió despedido por el parabrisas tras uno de los mil frenazos salvajes, muy salvajes, de los que se estilan aquí). El caso es que D. quería sentarse en uno de los asientos que dan al pasillo que hay hasta la puerta. Y vosotros diréis "¿y cuál es el problema?". Bueno, pues en un crío tranquilo no existe tal problema, pero en D, que se cayó del asiento con el coche parado (que parece que lo alimentamos a base de coca-cola del movimiento que tiene), el problema en mitad del tráfico caótico de esta ciudad, se convierte en un problemón. Y claro, le dije que no. Se sentó en el suelo, detrás del asiento del conductor, y comenzó el espectáculo. Y a todo esto, va la secretaria y me mira perdonándome la vida mientras me suelta: "No puedes hacer esto, no lo estás haciendo bien. No hay que dejar que los niños lloren". Hala, y se quedó más ancha que larga (ahora entiendo el "genio etíope". Si te dejan hacer lo que te apetece desde que eres pequeño con tal de que no llores, ¿qué humor vas a gastar cuando te digan que no a algo?). Bastante cabreada estaba yo como para aguantar eso, así que le contesté que lo que no se puede permitir es que no aprenda a aceptar un no o que siempre se salga con la suya. Así que, se dio la vuelta y se puso a hablar con el conductor. 

Me apuesto el cuello a que me estaban poniendo a parir. Como si yo no estuviese acostumbrada. Con lo reservada que soy en un primer momento, estoy habituada a caer mal a la gente y a que me pongan fina (luego soy muy maja, ¿eh?, pero de entrada soy "especial", jiji), por lo tanto, dejé que dijeran de mí lo que les apeteciera y seguí mirando por la ventana. Claro, a los veinte minutos de berrinche, teníamos ya la cabeza como un bombo. Llegamos al hotel y lo tuve que bajar en brazos mientras pataleaba y llevarlo a la habitación. Pero ahí no acabó todo. Aún nos quedaba otra media hora de lloros y gritos, hasta que D. se quedó dormido en el suelo. 

Cuando Marcos lo cogió para subirlo a la cama, el espectáculo continúo y D. nos obsequió con otros cuarenta maravillosos minutos de sus extraordinarias facultades pulmonares. ¡Bieeeeeennnnnn! Un extra de la actuación que anterior. Como en los grandes conciertos cuando el cantante sale para regalar al público una última canción. Si es que es más majo mi chico...

A estas alturas de la película, yo no sabía si tirarme por la ventana o marcharme de la habitación. Ceder está claro que no se podía. Entiendo que el origen de su rabieta no era el asiento del taxi. Muchos más factores influyeron, pero el No es No. Así que aguantamos hasta que volvió a quedarse dormido, esta vez en la cama y, casi una hora más tarde, se despertó. D. sabía que yo estaba muy enfadada con él y por eso no me llamó cuando se levantó. Me evitó todo el rato, incluso en la comida. Es este punto el que me confirmó que, si bien el idioma es muy importante para explicar las cosas y ahorrar enfrentamientos, el lenguaje no verbal (que lo mejor que tiene es que es internacional), hace maravillas a la hora de comprender los sentimientos.

Una vez en la habitación y ya preparados para la siesta, D. le preguntó a Marcos por mí y entonces sí se acercó, pasito a pasito y tanteando mi energía, para ver si estaba receptiva. Y sí, ese sí era el momento para abrir los brazos, dejar que se subiera en mis rodillas y poder darle mil y un besos. Y  los dos juntitos nos fuimos a dormir. 

Y por último, en estos cuatro días, he cogido la tiña. D. me la ha pegado. Tanto tiempo las cabezas juntas, al final me la llevo de recuerdo a Cuenca. A ver, si uno tiene las defensas normales (no digo altas), pues no hay problema. Pero cuando las tienes a ras de suelo y luchando día a día por levantarse un poco... te toca el euromillón. Empecé con una manchita en la barbilla. Parecía una rozadura y escocía de la misma manera. Pero poco a poco fue creciendo y ahora es de un rosa espectacular y tiene muchos puntitos blancos monísimos, exactamente iguales a los que tiene D. en la cabeza. ¡¡¡Y pica como mil demonios juntos!!! Si al pobre mío le pica así la cabeza... Así que esta mañana hemos ido a la farmacia y nos han dado una crema para los dos y un champú para D. Esto último me lo voy a echar yo también que, aunque en el cuero cabelludo creo que no tengo, mal no me va a hacer. Más vale prevenir que curar. 

En otro orden de cosas, esta tarde quiero ir a hacerme las trencitas de todos los veranos a la pelu que hay enfrente del hotel. Es un peinado comodísimo para el calor. Además, si al final resulta que tengo tiña también en la cabeza, aplicarme la crema será mucho más fácil.

De momento, nada más. Voy a despertar al príncipe que ya le toca merendar. 

lunes, 8 de julio de 2013

16 días



Este es el tiempo que llevamos aquí. Y ya comienza a hacerse pesado. Menos mal que hemos empezado a salir del hotel desoyendo los consejos de la ECAI. No sé si estamos haciendo bien, porque la semana pasada pedimos a nuestro representante que nos diera una copia de la sentencia para poder salir con D. a la calle y aún la estamos esperando. Pero es que aguantar aquí dando solo una vuelta a la manzana, es como para volverse loco. 

Ayer salimos con una familia de Gijón que piensa lo mismo que nosotros y estuvimos viendo el mausoleo de Menelik II, el emperador etíope que consiguió unificar el país y fundar la ciudad de Addis Abeba, gracias a un capricho de su mujer Taytu Betul. Precioso, por cierto. Y desde allí nos fuimos andando hasta la Avenida Churchill (¡menudo pateo!) donde hay un montón de puestecillos para gastarse el dinero en souvenirs. Tan solo dimos una vuelta de reconocimiento y quedamos para hoy. 

Así que esta mañana, a las diez y poco, nos hemos metido en el taxi y hemos estado dos horas y pico regateando y comprando regalitos y recuerdos. 

Esta ciudad es totalmente alucinante, llena de contrastes de todo tipo y absolutamente caótica. Me gusta mucho, pero reconozco que es excesiva para mi tranquilidad. Habrá quien adore tanto jaleo pero a mí, y eso que soy la Reina del desorden, esto me agobia. Por no hablar de la contaminación, que no se lleva nada bien con mi sinusitis. 

No sé cuánto tiempo más tendremos que permanecer aquí, pero quiero ver muchos más lugares de este país. O, al menos, de esta ciudad. Quiero tener fotos y recuerdos (como mínimo visuales) para poder contar a D. como es Addis. Hablarle de sus gentes, sus calles, sus costumbres, sus olores... Quiero proporcionarle una base sobre la que construir su identidad etíope, algo en lo que pueda comenzar a buscar sus orígenes si algún día esa curiosidad se le llegara a despertar. Con sentencia o sin ella. 

De las rabietas ya tenemos suficiente documentación... y me da que vamos a recopilar mucha más aún. Esta mañana, sin ir más lejos, hemos vivido otra. Esta vez el detonante ha sido algo tan sencillo como una botella de agua. Teníamos dos en la mesita de la habitación y cuando me he levantado he terminado una y la he tirado a la papelera. No sé qué habrá pensado D. pero ha sido un auténtico drama para él. Que, claro está, hemos encadenado con la ropa. En otras circunstancias las medidas hubieran sido distintas, pero como creo que algo le está rondando (casi hemos liquidado la tos horrible que trajo del orfanato, pero hemos empezado con mocos y estornudos), nos hemos armado de paciencia y de mimos y al final se ha calmado, ha dejado los lloros y ha vuelto a sonreír como siempre. Mira que Marcos lo ha dicho esta mañana cuando se ha despertado: "hoy tenemos el día torcido". Y, aunque hemos tenido algún que otro conato de berrinche, los hemos ido capeando de la mejor manera posible. Como resultado, la excursión ha terminado comiendo pizza y alitas de pollo picantes (MUY picantes) en un restaurante cerca del hotel. Tanto ayer como hoy, D. se ha portado como un auténtico campeón. Y lo mejor es que él mismo se lo dice todo: "Campeón D." y se queda tan feliz. 

En otro orden de cosas, tengo que decir que D. ha crecido dos centímetros desde que llegó al hotel. En abril medía 91 centímetros (quizá algo más); el día 29 de junio, 96,5 y el sábado ya alcanzaba los 98,5. Pero lo mejor de todo es que esa tripa tan exagerada (debida a la invasión de parásitos a causa de la desnutrición) que a mí me tiene tan preocupada, ya ha bajado un centímetro entero. Así que, "todo va viento en popa a toda vela".

Ahora estamos atravesando una racha de mamitis, papitis y mimitis en general (fase normal en esto del vínculo). Quiere ir en brazos todo el tiempo posible, le dan arranques de pasión hacia mamá y papá y nos sorprende con una lluvia de besos o abrazos de oso (u osito, para ser más exactos) en cualquier momento y lugar, si me acuesto con él acaba tumbado encima de mí y cuando se despierta busca el contacto con nosotros. Y si salimos de la habitación, ha de ser de la mano y sin soltarse ni un segundo. 

En cuanto al aprendizaje del castellano, mi príncipe "progresa adecuadamente":

- "Hola": a cualquiera, incluso cuando vamos por la calle y alguien se le queda mirando.
- "Adiós": aunque entiende perfectamente el significado, de momento solo lo repite.
- "A ver": siempre que le dices "D. mira".
- "Una, dos, tres": cuando quiere saltar un charco o un montón de piedras, subir o bajar de cualquier sitio o algo tan divertido como hacer volteretas en la cama.
- Contar, en general, del uno al diez ya está dominado, aunque a veces se salta el siete. 
- "No": no necesita explicación ¿verdad?
- "Comer": idem.
- "Son chulas": (esto fue lo primero que dijo en español) cuando algo le gusta mucho.
-"Este": cada vez que te quiere enseñar algo o decidir qué ropa nos ponemos hoy. 
- "Para": delante de "mamá", "papá" o "D." cuando toca repartir algo. 
- Muchos "oooohhh" y "ualaaaaa": siempre que algo le sorprende. 
- Y multitud de repeticiones. Como un loro, de verdad. Sobre todo las palabras que llevan CH. Son tan sonoras que le encantan.

En inglés, canta el abecedario y cuenta hasta el diez (se lo enseñaron en el orfanato) y contesta "yes" y "thank you". Por supuesto, sabe decir perfectamente "lunch time" aunque prefiere el "comer" del castellano. 

Pero lo mejor de todo es que siempre está dispuesto a recoger, a ayudar, a aprender, a compartir e incluso a consolarte cuando te haces daño o te encuentras mal. 

Eso sí, en lo que aún "necesita mejorar" es en la paciencia. Es su asignatura pendiente. No hay manera. Lo quiere todo para ayer y si no lo consigue se queja, se queja y se queja hasta que mamá y papá le imitan. Entonces le entra la risa y se le olvida lo que quería. Así de simple. 

Es un sol. Es nuestro sol. 











viernes, 5 de julio de 2013

Pasito a pasito





Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.



D. no conoce a Antonio Machado, pero si lo hiciera, este sería su poema. 
Y desde ahora, se ha convertido en el nuestro.


  Ayer y antes de ayer han sido dos días estupendos. La música de su risa sigue llenando la habitación y la luz de su mirada brilla incluso de noche, cuando mami se da la vuelta antes de dormir y se topa con esos dos diamantes que miran todo con curiosidad. Alarga sus manitas y busca nuestro contacto. Respira profundamente y se duerme feliz...

  Cada mañana es una fiesta: saltos, cosquillas, besos, abrazos... y ya hemos cargado las pilas. Después de casi veinte minutos de juegos sale corriendo al baño y nos apremia: hay que lavarse la cara, vestirse y llegar al comedor. Es la hora de desayunar y ¡es un momento sagrado! Leche, cereales, zumo de pomelo o naranja, un huevo duro (necesitamos proteínas), un trocito de bizcocho y una tostada con mantequilla y mermelada. Cualquiera diría que es una barbaridad (y a veces lo pensamos y prescindimos de alguna cosilla) pero D. quema hasta la última caloría del desayuno y a las dos horas y poco ya está pidiendo el almuerzo.

  Sin embargo... cuando esta mañana ha llegado el momento de vestirse, D. ha torcido el morro y ha vuelto a quedarse mirando al infinito. Y es que estos etíopes son muy presumidos. Entre la curiosidad que les despierta todo lo novedoso y que por estas tierras el que se arregla SE ARREGLA, tenemos problemas con la ropa. Así que hemos vuelto a las rabietas de miradas perdidas, postura de indiferencia y desconexión del sentido del oído. Como no había manera de hablar con él, Marcos y yo hemos decidido que desayunábamos en la habitación, porque forzarle no sirve de nada. 

  Al principio D. seguía mirando al infinito, pero poco a poco ha ido observando cada bocado que nos llevábamos a la boca. La llave para desayunar estaba al alcance de su mano: solo tenía que ponerse los calcetines y las zapatillas. Pero mi pequeño príncipe es muy cabezota y aún tenía que demostrarnos que le quedaba genio en el cuerpo. Siendo esto así, mamá y papá se han hecho los ciegos, han terminado y han recogido. Se acabó el tiempo. Y el Rey de los enfados ha comenzado a ceder, pero solo "comenzado". Aún nos aguardaban diez laaaaargos minutos hasta conseguir que D. admitiera la ayuda de papá para ponerse la zapatilla. 

  Entonces sí, las sonrisas, los besos, los abrazos y las expresiones de alegría han vuelto a la 104. 

  Y el desayuno ha aparecido en la mesa. 

  Y los ojos de D. han vuelto a brillar. Pero, claro, eran ya las nueve de la mañana. Otros días a estas horas estamos jugando. Hoy mi príncipe estaba hambriento.

  Papá y D. han bajado al patio, han jugado, han vuelto a la habitación, hemos hecho puzzles, incluso hemos tocado el piano en la tablet y el almuerzo nos ha sabido a manjar de dioses. Al final, D. y yo hemos acabado haciendo volteretas en la cama. Pero el mejor momento para mami, sin duda, ha sido cuando D. se ha cansado y ha decidido que se tumbaba encima de mí. Y así nos hemos quedado muuuuchos minutos, haciéndonos caricias y notando nuestra respiración, que la relajación también es importante.

  Y llegó la hora de comer. Hoy había muchísima gente y hemos tenido que compartir mesa con otra familia adoptante. A D. esto le ha matado. Con lo tímido que es el pobre, lo de tener extraños alrededor no mola nada. En realidad, extraños no son, llevan aquí más tiempo que nosotros y ya nos hemos visto varias veces, pero como he dicho antes, el momento de la comida es sagrado. Y esta familia, a todas luces para D., ha resultado un inconveniente. Así que, vuelta a la rabieta. Hasta se ha bajado de la silla y se ha quitado el babero. A estas alturas del partido, mamá y papá ya habíamos empezado a comer, de hecho, estábamos terminando y D. ha debido de recordar que esta mañana casi se queda sin desayuno y que hace unos días, la comida que no quiso (casi ni la probó) se convirtió en la merienda. Con las mismas, ha vuelto a ponerse el babero, se ha sentado en la silla y se ha comido sus macarrones "más feliz que una perdiz".

 Y ahora está durmiendo como un angelito. Rectifico: están durmiendo como dos angelitos. 

 Hace un momento, D. se ha despertado, me ha mirado, me ha pedido con la mano que fuese a su lado y me ha abrazado fuerte, fuerte, fuerte. Me ha dado mil y un besos y ha vuelto a quedarse dormido. Y desde entonces tengo una sonrisa tan grande que no me cabe en la cara. 


Y es que, D. ya está aprendiendo que


Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca 
se ha de volver a pisar.



Y mamá y papá y a saben que


Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.

miércoles, 3 de julio de 2013

Y después de la tormenta...



Estos dos últimos días han sido muy malos. Antes de ayer, las rabietas de D. no concluyeron con la siesta, como ya suponía, y ayer alcanzamos límites que no creí que llegaría a ver. Afortunadamente fuimos capaces de mantenernos serios y firmes y al final D. se quedó dormido llorando. 

Y yo sentí otro cachito de mi corazón hacerse añicos. Menos mal que Marcos estaba ahí para recoger los trozos y ayudarme a pegarlos. 

Para mi gran sorpresa, D. se despertó tan contento como siempre y haciendo gala de la capacidad inmensa que todos los niños tienen para olvidar y empezar de cero. 

Y hoy el día está siendo maravilloso.

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Cuando empezamos este proceso adoptivo, sabíamos que no iba a ser fácil. Pero cuando uno piensa en la adopción, tendemos a referirnos, erróneamente, tan solo al puro papeleo que, a grandes rasgos, termina con la sentencia favorable de adopción. Sin embargo, el proceso no acaba nunca. Continúa mucho después del juicio con el día a día. Perdura más allá del viaje y el regreso a casa. Finaliza, si es que es posible decirlo así, cuando exhalamos el último suspiro. La adopción dura toda la vida, porque la maternidad y la paternidad duran toda la vida. 

Y lo que se nos olvida con frecuencia es que nuestros niños no han solicitado ser adoptados. Los padres los deseamos desde el mismo instante en que la idea de adoptar germina en nuestras cabezas. Este deseo se va transformando a lo largo del proceso y el amor comienza a hacerse presente cuando vemos su foto. Estalla al primer contacto con nuestro hijo y va asentándose con el paso de los días. Pero, realmente ¿alguien le ha preguntado a nuestros chicos si quieren que nosotros, y solo nosotros, seamos sus padres? Un día llegan unos extraños y se lo llevan. Así. Y por fuerza están obligados a querernos. Sin más. Y ellos lo hacen, porque los niños quieren porque sí. Porque son inocentes, porque están limpios, porque son trasparentes. Porque son, simplemente, niños. 

Y cuando llegan los primeros problemas decimos que tienen carácter. Decimos que son cabezotas. Y sí, lo serán seguro. Pero hagamos un ejercicio de empatía e imaginemos la situación al revés: nuevas caras, nuevas costumbres, nuevas normas, nuevos lugares, nuevo idioma (en el caso de la adopción internacional)... yo creo que me tiraría por la ventana. Así. Claramente. 


La adopción es difícil. Si el niño es mayorcito, mucho más, porque tiene capacidad de decisión, de opinión, de comparación. Porque su personalidad está hecha, asentada, determinada. Porque entiende, discute, asiente o difiere; porque se opone, acepta, exige y comparte. Porque existe la barrera del idioma. Porque todo lo hace con conocimiento e intención. 


En estos días que llevamos de convivencia, he pensado muchas cosas. Muchas. He mirado a mi pequeño mientras dormía, mientras comía, mientras jugaba... He buscado explicación a cada una de sus acciones. He reído con él hasta quedarme sin aire. He aprendido sus rasgos y sus gestos. He memorizado cada marca de su piel. Y he seguido pensando muchas cosas. Muchas. 

Es nuestro hijo. Nuestro. Solo nuestro. Pero está aquí gracias a otros padres. Y no sé si es pura sensiblería (que, por suerte o por desgracia, de eso me sobra) que pienso muchas veces si esto es exactamente lo que ellos esperaban para D. 

Apuntamos cada palabra que dice en su idioma y que somos capaces de relacionar con un significado en castellano. Sé que, tarde o temprano, olvidará su lengua (muy a nuestro pesar) y queremos hacer lo posible para conservar lo que podamos. Siempre he dicho que aprender un idioma, probar la comida tradicional y escuchar la música de un país, es la mejor manera de entender una cultura. Queremos que D. ame Etiopía tanto como amará  España. Por él, por sus padres, por nosotros. 

Procuramos que todos los días se levante riendo y se acueste igual. La risa es tan necesaria o más que el sueño y, a pesar de las rabietas, siempre hay risas, besos y abrazos en esta habitación. 

Y todos, todos, todos los días sin excepción le digo cuánto le quiero. 

No sé si es todo lo que buscaban sus padres, pero espero que, al menos, sea suficiente. Porque es lo mínimo que nosotros queremos para él.


lunes, 1 de julio de 2013

Un día... raro.



El día de ayer fue fantástico. D. estuvo todo el tiempo la mar de receptivo, comunicativo, gracioso, atento, sociable, simpático... fantástico, en general. Hablamos con todo el mundo por Skype sin que apenas se quejara. Además, poco a poco ya vamos alargando los horarios y D. ayer tampoco tuvo ningún problema en ese aspecto. Conseguimos evitar las dos rabietas que se avecinaban, una de ellas porque quería ponerse ropa nueva. Como cuando uno no es capaz de entenderse con el idioma lo mejor es pasar a la práctica, al final le sacamos toda la ropa de la maleta (la que habíamos guardado porque le quedaba grande) y dejamos que se la probara para que pudiera comprobar que le quedaba mucho peor que la que había en el armario. Asunto solucionado: con la ayuda de papá dobló todo lo que había sacado, cerró la maleta y se puso los pantalones de siempre.  

Hoy se ha despertado a las siete y hemos empezado muy bien el día, pero se nos ha ido torciendo poco a poco. A ver, no es que a estas horas hayamos tenido la bronca del siglo ni nada por el estilo, pero ni ha hecho tanto el "payasete" (como yo digo), ni ha estado receptivo a la llamada por Skype que le hemos hecho al tío por su cumpleaños. Ya me ha extrañado verlo tan tranquilo esta mañana, después de desayunar, recortando y pegando papelitos durante casi media hora, o jugando en el patio del hotel con tanta gente como había...

A eso de las doce, hemos decidido que teníamos que salir a comprar algún pantalón para D. porque todos los que le hemos traído le bailan. Incluidos los de tres años. Además, después del episodio del hospital, intuíamos que volver a subir en un coche le iba a costar, y no queríamos dejar pasar más tiempo. Y así ha sido.

Le hemos explicado que íbamos a llamar a una "máquina" para ir a comprar ropa para él. Todo le ha parecido bien, excepto lo del coche. Al final, después de mirarnos mal un par de veces, hemos conseguido que entendiera que no iríamos al hospital y no ha habido problemas al subir en el taxi. Como las veces anteriores, en el trayecto, D. miraba todo con muchísima atención y al llegar al centro comercial, se ha bajado tan feliz. Hemos entrado en la primera tienda de ropa infantil que hemos visto y que, además, tenía muchísimos juguetes y ha abierto unos ojos como platos. Pero... ha salido la vena presumida de la que tanto nos han hablado. Según Marcos o yo cogíamos pantalones, iba negando con la cabeza y señalando camisetas de colores chillones. Pero nosotros queríamos un pantalón. Por fin, hemos encontrado uno de su talla que le ha hecho gracia y cuando se ha quitado las zapatillas y la ropa que llevaba para probárselo, ha empezado la bronca. Ya no se quería vestir ni con uno ni con otro. Se ha tirado por el suelo, ha pataleado, se ha retorcido... en fin... una más. Claro, en mitad de una tienda uno se pone más nervioso. Si encima eres una pareja de blancos con un niño negro en un centro comercial y sabes que todo el mundo te está mirando, pues más nervios aún. La pobre dependienta preguntando en inglés si el crío hablaba amárico, Marcos esperando para ver si podía pagar con tarjeta (que los birrs abultan una barbaridad y no queremos cambiar más), el crío con su rabieta en mitad de la tienda, yo peleándome para ponerle las zapatillas... Total, que al final nos hemos llevado solo un pantalón, D. se he tirado al suelo al salir, Marcos lo ha cogido en brazos por no liarla allí en medio mientras seguía pataleando, poniéndonos firmes que ya está bien de tanta rabieta, y venga a dar vueltas por el centro comercial. Cuando al final lo ha bajado al suelo, seguros ya de que no se iba a volver a tirar, no me ha querido dar la mano, solo aceptaba la de papá, hasta que hemos salido a la calle y ha visto mil coches por todos los lados y un montón de gente. Entonces sí, me ha agarrado fuerte hasta que nos hemos sentado a comer. 

Allí ha vuelto a querer hacerme "el vacío" pero, afortunadamente, es un chico muy cariñoso y le han podido más las ganas de sonreír que el enfado. Y... ha llegado el siguiente momento raro: la comida. D. come siempre todo lo que tiene en el plato, le da igual lo que sea. Si no conoce la comida, la prueba sin ningún reparo. Si la que tiene él es diferente a la que tenemos nosotros, nos pide un poco. Pero hoy, ha olido la comida y ha dicho que "nanai". Tampoco la que tenía yo (y no era nada raro, de verdad, solo un sandwich y un plato de pasta). Solo ha aceptado la de papá. En cualquier otra circunstancia, todo habría sido distinto, habría tenido que probarlo como mínimo. Pero hoy ya llevábamos mucho y sólo hace cinco días que estamos juntos. Hay que marcar los límites desde el principio, sí. Pero también hay que aflojar la cuerda de vez en cuando, no vaya a ser que de tanto tirar al final la rompamos. 

En las mesas de al lado, había unos chicos comiendo un helado. Por la cara de D. apostaríamos que nunca había probado uno. Así que, como concesión, mamá se ha pedido uno grande de vainilla. La cara de mi peque ha sido genial cuando ha visto podía probar una cosa de esas y se ha acercado tan dispuesto a darle un lametón (como ha visto que hacían los chicos) y... ¡menudo bote al comprobar lo frío que estaba! Pero qué rico. Así que nos hemos comido el helado entre los dos. Gracias a esto, también hemos podido comprobar que se le calan las muelas del frío y le duelen los oídos y la garganta. A ver cómo aguantamos con esto de aquí a que lleguemos a España, porque al hospital no le vamos a llevar de nuevo a menos que nos encontremos con algo grave. Hoy hemos empezado a tomar medicación para la tos. Eso sí, dosis para niños menores de dos años que, entre lo poco que pesa y que nunca antes había tomado jarabe, yo supongo que es suficiente. 

Llegada al hotel después de comer con D. muriéndose de sueño: nos lavamos los dientes como todos los días, los tres juntos, fenomenal. "D. vamos a dormir" y un no rotundo con la cabeza. Bueno, no pasa nada. Las otras veces, cuando ve que nosotros nos vamos a la cama, enseguida viene detrás. Pero hoy ha querido coger la cámara de fotos antes de echarse la siesta y se ha ido derecho al cajón donde la guardamos, con tan mala suerte que se ha pillado el dedo (en realidad se lo ha "medio pillado" porque sólo se ha llevado un susto), y como era papá el que le estaba diciendo que tuviese cuidado, el cabreo ha sido con él. Otro momento raro. Se ha tirado al suelo, como siempre, y ya no ha querido cuentas con nadie. Hemos insistido un par de veces pero nada. Pues hala, ya se le pasará. Al final se ha quedado dormido. Le he quitado el pantalón y las zapatillas en el suelo, pero ha sido Marcos el que le ha cogido en brazos para ir a la cama y cuando se ha despertado y ha visto que era él, otra vez a retorcerse. Se ha levantado y se ha quedado de pie, mirando la infinito. Como sólo permitía que me acercase yo, poco a poco, he conseguido quitarle la camiseta y convencerle de que se metiera en la cama pero, eso sí, tumbado encima de mí... y el pobre se ha quedado dormido antes de darse cuenta. 

Y ahora ahí los tengo a los dos, durmiendo a escasos centímetros uno del otro. Tan tranquilos y tan "rebonicos" que me da lástima despertarlos, pero son ya las seis y es hora de merendar. 

Sé que cuando D. se levante va a estar tan contento como siempre. De lo que ya no estoy tan segura es de que el día raro haya acabado por hoy...



sábado, 29 de junio de 2013

2ª entrada del día: No tiene precio



Que el peque esté durmiendo la siesta, se despierte en medio de una pesadilla, yo sea capaz de saltar de la silla a la cama en 0,0 segundos, diga "mami" y me eche los brazos al cuello, busque la mano de papá y no la quiera soltar, ES MARAVILLOSO.

Que todo esto ocurra en tan solo tres días de convivencia y después de habernos medido tras una rabieta por la mañana, NO TIENE PRECIO.

Buscando los límites de papá y mamá


Pues así llevamos dos días. La verdad que hasta hoy las rabietas han estado más o menos justificadas, sobre todo la de esta mañana, pero ahora mismo tiene un cabreo que es imposible que le quepa en ese cuerpo tan pequeño. 

A ver, son muchos cambios los que está teniendo en tan poco tiempo y muchos los miedos. Ayer estábamos jugando en el patio y en un momento determinado me pidió subir a la habitación. Cuando llegamos y vio que Marcos no estaba con nosotros, se enfadó y volvió a quedarse como ausente, mirando al infinito y sin permitir que le tocase. Y luego llegó el llanto en silencio. Me costó media hora de caricias y besos que se le pasara y cuando llegó Marcos le tocó el turno a él de sufrir su enfado, demostrando claramente que no le había gustado nada que no subiera a la habitación con nosotros.

Esta mañana hemos ido al médico para hacerle una analítica y confirmar que lo tiene es tiña. Cuando el taxi ha llegado a la puerta del hospital ha empezado a revolverse y al llegar al laboratorio ha sentido auténtico pánico. Al final han conseguido pincharle pero apenas le han sacado sangre. Así que cuando han querido repetírselo en el otro brazo, hemos decidido que ya había pasado suficiente suplicio y hemos vuelto al hotel (ya le haremos todo lo que necesite al llegar a casa), pero según hemos entrado en la habitación, ha entrado en modo cabreo y otra media hora para conseguir que se le pasara. 

Por esto digo que las rabietas estaban justificadas. Pero ahora, al subir del patio del hotel, ha abierto la maleta para sacar juguetes. El problema es que no se ha decidido. Hay veces que simplemente quiere todo y nada a la vez. Y este ha sido uno de esos momentos. Como le he pedido que me ayudara a recoger todo lo que ha sacado y no le ha dado la gana, ha cogido la gorra que tenía en la mano, me ha mirado, a torcido el morro y la ha lanzado todo lo lejos que ha podido. Acto seguido ha cogido un papel y ha hecho lo mismo. Esto no es una rabieta de miedo ni de cambio ni nada de eso. Es un "a ver hasta dónde llego". Como me he enfadado y le he regañado, ha decidido que nos da la espalda y nos retira la palabra. Se ha puesto de rodillas y así lleva unos quince minutos. Si le dices algo, te da la espalda; si le tocas, te quita el brazo y si le buscas la mirada te la retira. 

Da mucha lástima verlo así pero, aunque me gusta que tenga genio y carácter, estas no son maneras. Las normas hay que cumplirlas y cuánto antes lo sepa, mejor para todos. 

Voy a ver si ya se le ha pasado un poco y volvemos a echar esas sonrisas tan maravillosas que nos alegran el día.

jueves, 27 de junio de 2013

Ya estamos juntos.



Esta entrada debería haberla puesto ayer, pero fueron tantas emociones y tan rápido pasaron las horas que, sin darnos cuenta, nos vimos a las ocho de la noche con el peque totalmente dormido y nosotros agotados.

Ahora que papá y D. están jugando un poquito y que la conexión de internet parece que no falla, tengo un momentillo para contar cómo fue todo.

A las dos vino el representante a buscarnos al hotel y en nada llegamos a las Cortes. Tardamos un poquito más de lo normal porque, de pronto, decidieron cortar una calle. Y es que en Etiopía las cosas funcionan así: hoy decidimos trabajar en este tramo y ni señalamos, ni avisamos ni nada. Plantamos la maquinaria en medio y punto. El que llegue que se dé la vuelta. Eso mismo es lo que nos pasó a nosotros. Lo que se suponía un viaje de cinco minutos, se convirtió en uno de quince. Y no se alargó más gracias a que nuestro conductor, siguiendo las muy buenas y legales (quiero decir "ilegales") indicaciones de nuestro representante, se saltó la mediana unas cuantas veces y atravesó calles en dirección contraria, otras pocas. Eso sí, aparcamos en la puerta las Cortes como si fuéramos estrellas invitadas. 

Y allí que nos bajamos nosotros, los tres, monísimos de la muerte, arreglados para el tan esperado evento. Tercer piso y... a pie. El representante tiene mucho nervio y no es capaz de esperar un ascensor. Así que, a patita. Menos mal que conoce a todo el mundo y en el rellano de cada planta nos paramos a saludar a la gente. 

Llegamos. La sala llena de familias adoptantes de todas las partes del mundo. Nuestro amigo coge la lista (escrita en amárico, claro), hay algo que no le parece bien. Se va y nos deja sentados. Vuelve, se sienta y... ¡oh, milagro! Sale una mujer y dice: "Miskaye". Nuestro orfanato. ¿Nosotros? ¿Ya? Pero si acabamos de llegar... Pues adentro, no se hable más. Un juez jovencito, con cara de buenísima persona, le pide al representante que nos diga que la jueza se ha tenido que ir, pero él tiene autoridad suficiente para llevar a cabo el trámite. Perfecto. Comenzamos. Un minuto escaso de preguntas, contestamos a todas con "Sí" y nos traduce: "a partir de este momento, D. es legalmente vuestro hijo a todos los efectos" (bueno, no sé si esas fueron las palabras exactas, pero el significado es el mismo). Y entonces sí, como no puede ser de otra manera, me lío a llorar como si se me fuera la vida, tanto que el juez hasta me sonríe y yo salgo envuelta en un mar de lágrimas. Pero feliz, inmensamente feliz. Nos juntamos los tres en el pasillo y el pobre representante me da un abrazo, saluda a Marcos y nos da la enhorabuena. Pues, hala, no perdamos más tiempo. Al orfanato.

Y allá que nos vamos el conductor, el representante, Marcos, mis emociones y yo. 

Todo fue muy rápido. D. aparece con ropa limpia, más o menos de su talla, serio como siempre, pero dispuesto a soltar una sonrisa a la mínima. Hablo con una de las monitoras, me facilita la información que necesito, D. reparte besos a todos los niños y cuidadoras del orfanato y nos subimos de nuevo al coche. Nos saltamos la ceremonia de despedida. Por una parte, me da lástima, parece ser que es un momento muy bonito pero por otra, las familias que están aquí nos han dicho que así es mejor. Los niños saben lo que significa y miran con caritas tristes...

En el coche todo es nuevo para él. Mira por la ventanilla y es tanta la información que le llega que no sabe por dónde asomarse. Los camiones, autobuses, maquinaria de construcción, etc. son toda una atracción para él. Habla, dice cosas y nos mira. Y por fin llegamos al hotel. Subimos a la habitación y de cabeza a la ducha. No sé qué estarán haciendo exactamente, pero Marcos y él se lo están pasando bomba. Sale, lo envolvemos en la toalla y a la cama. Vamos a echarle aceite, a ver si esa piel tan preciosa recupera su brillo. Me echo un poco en las manos, lo extiendo por su tripilla y... comienzan las risas. Le hace gracia ver que de pronto resplandece. Me pone las manos y me pide que le eche, él también quiere obrar el milagro en su piel de ébano. Es fantástico, todo son risas y ojos de admiración. Y por fin llegamos a la ropa nueva. Menudo dilema. Ni la ropita de tres años le vale. Por el cuello de la camiseta casi le asoman los hombros y al pantalón le hemos tenido que dar una vuelta en la cintura y otra en los bajos. ¡Si es que no tiene culo! Pero a él le parece perfecto, está acostumbrado a llevar ropa grande.  Nos calzamos y a la calle. Vamos a ver si nos encontramos a M. y a J. que son dos amigos del orfanato que llevan con sus papis tres semanas.

M. y J. no están aún, deben de estar con la siesta, así que jugamos un poco al balón y nos sentamos en el columpio. ¡¡¡¡Eso de mecerse es guay!!!! Subimos un ratito a la habitación porque es la hora de las presentaciones vía Skype. Lo del ordenador también es una pasada, así que D. toca la pantalla y saluda cuando oye su nombre. Como no queremos agobiar mucho al peque, le ponemos una sudadera que le queda grande de espalda pero perfecta de mangas (D. va a ser alto, tiene los brazos muy largos, bueno, eso creo yo) y nos marchamos a cenar. 

Nos vamos al restaurante, pero tardan tantísimo en traernos la comida que D. se empieza a quedar dormido. Me da rabia que no cene, pero el sueño le puede, así que nos traemos la cena a la habitación y se la guardamos por si se despierta. Desde las doce creo que no ha comido nada. Lo metemos en la cama y cae como un cesto así que, con el mismo grado de agotamiento, nos vamos a dormir nosotros también.... Hasta las cinco. 

¡Alegría! D. se ha despertado de un humor maravilloso: nos tapa la nariz, nos hace cosquillas, se nos tira encima... Pero tiene hambre. Se come la tortilla con unas ganas inmensas y sigue con la juerga. Claro, él estará acostumbrado pero en mi tierra, estas no son horas de levantarse, así que, apagamos la luz (que previamente D. había encendido) y a dormir. El tío se da la vuelta y hasta las ocho. 

Esta mañana no perdemos el tiempo. Nos levantamos, nos lavamos la cara, nos vestimos y a desayunar. Los papis de J. nos han dicho que mojan todo en la leche y se lo toman tipo sopa, así que le preparamos un buen tazón con colacao y unos trocitos de bollo. Come que da gusto mirarle. Eso sí, mete los dedos hasta los nudillos pero hoy no nos vamos a poner tiquismiquis. Está disfrutando del desayuno y nosotros también. Así que, en cuanto terminamos, nos vamos a la habitación, nos lavamos los dientes y vamos en busca de los amigos.

 Y ahora sí, ahora reconoce a sus compis. Se miran, se sonríen pero no se acercan. Hay que romper el hielo y les animamos un poquillo... Y ¡madre mía! qué manera de hablar más sorprendente. Los tres sentados en el columpio y con una cháchara que ni yo en mis mejores tiempos. Eso sí, lo que se cuentan debe de ser la mar de entretenido porque se ríen con unas ganas... Es maravilloso. Pero todo buen momento tiene su final y tenemos que subir de nuevo a la habitación... Mmmmm... primera rabieta. Parece que D. no es de berrear, pero se mueve como una lagartija y se tira al suelo... Y, detalles a un lado, incluidas las lágrimas de mami, (perdonadme la expresión, pero joder cómo duelen los hijos) pasada media hora estamos los tres jugando con la plasti amarilla que mola muchísimo. Y a las doce, comiendo otra vez. 

Tras una siesta de dos horas de sueño profundo, con pesadilla incluida, toca merendar. En la habitación no tenemos nada para él, así que nos vestimos los tres y salimos a la aventura. D. va de la mano de papá y mamá y sigue mirando todo como si fuera la primera vez que pisa la calle y todo le sorprende un montón. Entramos en una tienda, hacemos acopio de víveres para la próxima semana y volvemos a la habitación. Mmmmmm, todo está riquísimo y hay que quitarle la comida porque es capaz de acabar con todo. Del zumo no ha dejado ni para escurrir. Así que nos merecemos un rato de juego en el patio, pero no hay nadie conocido y además, está abarrotado de gente: hoy se celebra algo con miembros de la ONU en nuestro hotel y las familias con bebés se han reunido en el centro del patio y casi no hay sitio para que los peques jueguen, así que D. nos pide volver a la habitación.

Y vaya si nos ha cundido la tarde. Hemos trabajado con el punzón y hemos pintado con acuarelas. Nos ha quedado tan chulo el cuadro que mami lo ha pegado con masilla adhesiva en el marco de la ventana de la habitación. 

Ahora toca ir a cenar que ya va siendo hora. 

Mañana más.